MI ESPACIO PARA DIVAGAR

viernes, enero 18, 2008

Remembranzas de vuelo

Escrito el Martes, Marzo 01, 2005

Camino a las Nubes

Ultimamente el clima y paisaje paradisiaco de esta tierra sud californiana en la que vivo desde hace algunos meses, me incita a recordar lo maravilloso que és estar vivo, invitándome cada día a inundarme los pulmones del aire de este mundo, y a deborar con los ojos la luz tibia del sol que me ilumina y envuelve.

Las mismas lluvias torrenciales que nos azotaron hace apenas unas semanas, ahora nos recompensan con verdor y exuberancia, retornando el frescor a todo lo que el verano consumió en la inclemencia de la sequía.

Desconosco la forma en que el ciclo de estaciones se manifiesta por estos rincones del continente, así que cada cambio admosférico me asombra y me sorprende cada ves un poco mas. Cinco años de estancia en Nueva Inglaterra instauró en mi reloj biológico el ciclo de su clima de contrastes, y la perseverancia de sus largos inviernos, reprogramó mis sentidos en un estado de letargo hibernal, privándome del buen rango de lúz quasi ecuatorial al que mi organismo siempre estubo acostumbrado.

Aquí en la costa el año parece regalar días de belleza exquisita, mientras la vida transcurre agitada y castigante en el norte del planeta donde el hielo invade todo con su cubierta neutra, en Santa Barbara el paraíso terrenal se hace evidente.

Sobre las laderas que resbalan desde las alturas quebradas en pendiente tras las sierras que separan el már del desierto interior, la paz se instaura difuminándose en su medio casi celestial, en una admosfera de veladuras violaceas de un atardecer luminiscente. Las nubes aborregadas depositan su densidad justo sobre la cornisa de la montaña rocosa, y pareciera que se postran contemplando los terrenos bajos, como si fuesen vigías blancas y monumentales. Mientras tanto el cielo azul cobalto se difumina en degradaciones cromáticas, tras la esfera que se funde con el mar en el horizonte.

Los huertos cítricos enfilados en retículas lineales cobijan las colinas con su manto frutal, ondulando su verdor fosforescente, contrastando ante el muro aparente del oceano, que se texturiza en ondulaciones rítmicas por el influjo del viento que lo acaricia. Las islas al fondo distante surgen tras una nube plana refractante, que distorciona el resplandor anaranjado del disco solar que se encamina hacia las aguas.

El avistamiento ocasional de creaturas marinas como ballenas o delfines, interrumpen el patrón uniforme de las olas, dejando un trazo recto tras su trayecto, dibujando lineas que pareciesen caligrafías orientales al combinarse unas con otras sobre un canvas oceánico.

Condusco por un camino serpenteante hacia el monte, mi hija sentada en el asiento trasero explora con sus pequeños ojos el entorno atraves de la ventanilla, y observo su perfíl suave reflejado en mi retrovisor, siempre cusiosa y asombrada por los profundos acantilados que se descubren tras cada curva. La máquina nos propulsa con vigor hacia el cielo, cada ves mas alto, como en un ascensor diagonal que se desplaza automatizado, surcando el asfalto rojiso que és en efecto como como una serpiente que ondula hacia arriba como escapando de la canasta gigante que el valle simula.

"Dios estaría feliz de ver que lo disfrutas tanto todo", I. comenta en respuesta a las constantes exclamaciones que produsco al admirarme de lo fascinante del paraje descubierto. Mi híja tiene un concepto extráñamente intuitivo hacia lo divino, y digo intuitivo pues en realidad ni su madre ni yó le hemos impartido jamás una cultura religiosa, siendo uno de origen católico y el otro del judío, fué siempre complicado elegir que doctrina sería impartida en su educación. Sin embargo a pesar de esa falta de religiosidad con la que la hemos criado, sus concluciones con respecto a diós, siempre han sido misteriósamente certeras; recuerdo cuando era muy pequeña, nos preguntó con su entonces limitado léxico despues de observar un haz de sol cruzar por el ventanal de una capilla en ruina que explorabamos en un bosque en new hampshire, que si era diós el que entraba. Por supuesto fué extraño y dificil contestar a esa pregunta, y pensar en como una relación así puede surgir de una mente casi virgen de simbologías y concepciones religiosas, es complicado de explicarse. Quizá sea que la imponente benevoléncia de la naturaleza nos inspire o evoque divinidad por si sola, y que la percepción del concepto divino se manifieste de manera intuitiva desde edades tempranas, evocada por la mágia y belleza extraordinaria de los fenomenos del universo y de nuestro propio planeta.

La cumbre aparece al final del camino, y detengo la marcha para explorar la cúspide rocosa del cerro donde el aire es más denso, y me descubro junto a mi crío en uno de esos momentos efímeros faltos de error, en los cuales el tiempo parece detenerse, y el mundo parece exponerse sencillo y liviano, estático regalándo su perfección absoluta ante los ojos de quien lo captura.

Abajo el mundo humano se refugia en las planicies que encaran las playas suaves, cubiertas de estructuras navales e hileras de muelles equidistantes. Lo casi abstracto e irregular del paisaje natural, contrasta de pronto con el de lo prefabricado y artificial del hombre, que se extiende como si fuesen tableros gigantes de circuitos electrónicos de simetría perfecta sobre la tierra, y ahí dentro de esa planeación urbana, la civilización se encapsula en un mundo que se rige por los cronómetros, los calendarios y los protocolos sociales.

Aquí arriba descubro lo vano y pobre de nuestras aspiraciones, siempre agobiados en encontrar sin sentido la gratificación en la acumulación de riqueza material, atrapados en una carrera de ciegos, impedidos en descubrir la verdadera belleza, obsecionados por competir los unos contra los otros, y jamás encontrando meta alguna pues no la existe.

Mientras tanto la epifanía fugaz que me envuelve se disuelve sin percibirlo y al mismo tiempo la luz del cielo decrese, quedando el mundo en una admósfera vaporosa, entonces nos sumergimos en una penumbra tibia y tranquila, antecediendo a la obscuridad definitiva de la noche, antes de despertar del encanto místico de la montaña.