De vuelta a casa
Finalmente después de tanta
espera, aquí estoy de vuelta entre la misma gente y los mismos rumbos, y el
tiempo parece haber retrocedido mostrándose congelado entre los ríos de
autos, y las estructuras delapidadas de esta ciudad que me es tan ajena y tan
familiar a la ves. El vuelo fue menos estresante
de lo que esperaba, aunque por un retraso de una hora en el aeropuerto de
Santa Bárbara, casi pierdo el segundo vuelo en Arizona hacia Ciudad de
México. Al final terminé alcanzando el avión después de una carrera cruzando
de terminal a terminal, llegando cinco minutos antes de el despegue. Creo que no me di cuenta de que
realmente estaba a punto de pisar mi tierra natal, hasta que empezamos a
descender, y el lago inmenso de luz artificial de la gran urbe apareció por
mi ventanilla. Todo ahí intacto estaba, los edificios, las calles con flujos
incesantes de gente apresurada, los anuncios espectaculares montados sobre
las azoteas, mi idioma impreso y hablado invadiendo mis sentidos empapándome
de la familiaridad de estar entre lo mío. Ningún contratiempo ocurrió al
cruzar la aduana, y por primera vez en mucho tiempo no tuve que pasar por
extranjero esperando en filas de turistas, lidiando con la burocracia y la
prepotencia de los agentes que suelen ofrecer trato impersonal y seco a los
no nativos. Por lo contrario, entré bien recibido con un emotivo: bienvenido
a casa de parte de una agente aduanal joven y bella, complementado por un
cartel de nuestro no muy querido presidente Fox, en el que aparecía
fotografiado abriendo sus brazos amplios y sonriendo con su dentadura equina
característica. La vida da tantas vueltas y regularmente
nos otorga lecciones que caen en lo paradójico, una de ellas fue el hecho de
que mi buen y viejo amigo JJ, por el cual de un modo indirecto (o ni tan
indirecto) emprendí la aventura por la cual partí lejos de casa seis años atrás,
ahora cerrando el ciclo, sea él mismo el que me reciba después de que de algún
modo mi partida representó una traición hacia el. Coincidentemente me encontré
con otras personas del pasado, ahí mismo, a unos cuantos pasos de la garita,
reconociendo rostros que pensaba olvidados, y descubriendo que el propio también
les era reconocible. Entre una extraña escena de encuentros inverosímiles,
casi imposible si se piensa en lo inmensa que es esta ciudad y este mundo
mismo, y en lo improbable que resulta esperar coincidir con viejas amistades
sin planeación previa, me descubro en un sitio en lo que todo es reconocible
y familiar. Salimos a las calles asfaltadas
montados en el bólido rodante de mi amigo, intercambiando anécdotas, y
removiendo asuntos viejos, reivindicando ofensas que antes hubieran sido
imposibles de remendar, exponiéndolas en el presente, ahora disueltas en el
líquido anestésico del tiempo. La rara sensación de estar
flotando en una realidad imaginada me abordó mientras aspiraba el olor amargo
de la metrópolis, reconociendo la mezcla homogénea de cañerías sobre
saturadas y aceite quemado penetrando por la ventana, y viendo surgir las
fachadas descarapeladas, los perros mugrosos, la gente trasnochando saliendo
de los tugurios clandestinos, y la cara enmarañada y grotesca de mi hogar
bello y confortante. Al día siguiente, despertando y
recuperado del choque inicial de realidades, encuentro a mi madre, con los
años que le han surcado con arrugas el rostro, pero con sus mismos ojos
llenos de historias y de bondad, cobijándome con sus brazos que solían
sanarlo todo, ahora solo confortando mi lejanía y mi dificultad de habituarme
al recuerdo de mi pasado que me es desconcertante. Recorro las avenidas conducido
por taxistas cafres, esquivando las máquinas que transitan arrastradas por el
paso acelerado de esta ciudad de locos, contagiado por la prisa innecesaria
de la gente, y me dejo involucrar en la plática rústica de mi conductor,
quien usando filosofías prácticas y simples acerca de la vida nacional, me
ofrece las últimas nuevas de la política, y la economía, así como el deporte
y el mal inextirpable de la delincuencia, por supuesto observado a través de
la lupa empañada de su existencia marginal y humilde. Ajeno ante el paisaje caótico,
avanzo sobre las avenidas avasallado por lo que me rodea, evocándome
recuerdos y sensaciones distintas, navegando en el bocho que se transforma súbitamente
en una maquina del tiempo enviándome hacia el pasado, con el taxímetro que ya
no marca tarifas sino fechas antes vividas. Me interno hacia los rumbos de
la gente con la que solía hacer música, y me descubro una ves mas libre de
compromisos, solo sin ataduras, guiado por el libre albedrío con el que antes
me conducía como cuando no debía condescender con voluntades ajenas, y
finalmente reencuentro a mi tribu, a mi comuna de magos rítmico-harmónicos, y
me dejo incorporar en el único sitio donde siempre me he sentido auténtico e
integro, conversando con el idioma con el que me expreso mejor: la música.
Estoy en casa... |
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