MI ESPACIO PARA DIVAGAR

jueves, diciembre 22, 2005

De vuelta a casa

Finalmente después de tanta espera, aquí estoy de vuelta entre la misma gente y los mismos rumbos, y el tiempo parece haber retrocedido mostrándose congelado entre los ríos de autos, y las estructuras delapidadas de esta ciudad que me es tan ajena y tan familiar a la ves.

El vuelo fue menos estresante de lo que esperaba, aunque por un retraso de una hora en el aeropuerto de Santa Bárbara, casi pierdo el segundo vuelo en Arizona hacia Ciudad de México. Al final terminé alcanzando el avión después de una carrera cruzando de terminal a terminal, llegando cinco minutos antes de el despegue.

Creo que no me di cuenta de que realmente estaba a punto de pisar mi tierra natal, hasta que empezamos a descender, y el lago inmenso de luz artificial de la gran urbe apareció por mi ventanilla. Todo ahí intacto estaba, los edificios, las calles con flujos incesantes de gente apresurada, los anuncios espectaculares montados sobre las azoteas, mi idioma impreso y hablado invadiendo mis sentidos empapándome de la familiaridad de estar entre lo mío.

Ningún contratiempo ocurrió al cruzar la aduana, y por primera vez en mucho tiempo no tuve que pasar por extranjero esperando en filas de turistas, lidiando con la burocracia y la prepotencia de los agentes que suelen ofrecer trato impersonal y seco a los no nativos. Por lo contrario, entré bien recibido con un emotivo: bienvenido a casa de parte de una agente aduanal joven y bella, complementado por un cartel de nuestro no muy querido presidente Fox, en el que aparecía fotografiado abriendo sus brazos amplios y sonriendo con su dentadura equina característica.

La vida da tantas vueltas y regularmente nos otorga lecciones que caen en lo paradójico, una de ellas fue el hecho de que mi buen y viejo amigo JJ, por el cual de un modo indirecto (o ni tan indirecto) emprendí la aventura por la cual partí lejos de casa seis años atrás, ahora cerrando el ciclo, sea él mismo el que me reciba después de que de algún modo mi partida representó una traición hacia el.

Coincidentemente me encontré con otras personas del pasado, ahí mismo, a unos cuantos pasos de la garita, reconociendo rostros que pensaba olvidados, y descubriendo que el propio también les era reconocible. Entre una extraña escena de encuentros inverosímiles, casi imposible si se piensa en lo inmensa que es esta ciudad y este mundo mismo, y en lo improbable que resulta esperar coincidir con viejas amistades sin planeación previa, me descubro en un sitio en lo que todo es reconocible y familiar.

Salimos a las calles asfaltadas montados en el bólido rodante de mi amigo, intercambiando anécdotas, y removiendo asuntos viejos, reivindicando ofensas que antes hubieran sido imposibles de remendar, exponiéndolas en el presente, ahora disueltas en el líquido anestésico del tiempo.

La rara sensación de estar flotando en una realidad imaginada me abordó mientras aspiraba el olor amargo de la metrópolis, reconociendo la mezcla homogénea de cañerías sobre saturadas y aceite quemado penetrando por la ventana, y viendo surgir las fachadas descarapeladas, los perros mugrosos, la gente trasnochando saliendo de los tugurios clandestinos, y la cara enmarañada y grotesca de mi hogar bello y confortante.

Al día siguiente, despertando y recuperado del choque inicial de realidades, encuentro a mi madre, con los años que le han surcado con arrugas el rostro, pero con sus mismos ojos llenos de historias y de bondad, cobijándome con sus brazos que solían sanarlo todo, ahora solo confortando mi lejanía y mi dificultad de habituarme al recuerdo de mi pasado que me es desconcertante.

Recorro las avenidas conducido por taxistas cafres, esquivando las máquinas que transitan arrastradas por el paso acelerado de esta ciudad de locos, contagiado por la prisa innecesaria de la gente, y me dejo involucrar en la plática rústica de mi conductor, quien usando filosofías prácticas y simples acerca de la vida nacional, me ofrece las últimas nuevas de la política, y la economía, así como el deporte y el mal inextirpable de la delincuencia, por supuesto observado a través de la lupa empañada de su existencia marginal y humilde.

Ajeno ante el paisaje caótico, avanzo sobre las avenidas avasallado por lo que me rodea, evocándome recuerdos y sensaciones distintas, navegando en el bocho que se transforma súbitamente en una maquina del tiempo enviándome hacia el pasado, con el taxímetro que ya no marca tarifas sino fechas antes vividas.

Me interno hacia los rumbos de la gente con la que solía hacer música, y me descubro una ves mas libre de compromisos, solo sin ataduras, guiado por el libre albedrío con el que antes me conducía como cuando no debía condescender con voluntades ajenas, y finalmente reencuentro a mi tribu, a mi comuna de magos rítmico-harmónicos, y me dejo incorporar en el único sitio donde siempre me he sentido auténtico e integro, conversando con el idioma con el que me expreso mejor: la música. Estoy en casa...